Lo que la crónica no refleja es que el evento, a pesar de la crisis económica, tuvo un poder de convocatoria digno de resaltar, donde los amantes de este deporte dijeron presente más allá del sacrificio, reafirmando que el Maxibásquet, en Salta, demostró que la pasión no envejece.
Y es que, aquí no solo se trató de encestar puntos, sino de recuperar pedazos de historia personal, abrazarse con viejos rivales que hoy son hermanos con camiseta ajena, y recordar que el tiempo no borra lo vivido… solo lo perfuma con nostalgia.
Lo más destacable fue la presencia de ese grupo de veteranos que, con un bagaje de anécdotas y cuerpos más sabios que ágiles, se reencontraron con ese fuego sagrado que no se apaga: el fuego del juego.
En cada partido, en cada chiste compartido, en cada foto grupal, estuvo presente la dignidad de quien ya no juega para ganar títulos, sino para celebrar que todavía puede jugar.
Desde este humilde rincón, uno puede decir que sí, que hubo cuatro equipos que se coronaron “campeones”..., pero los verdaderos campeones fueron todos: los veinticuatro equipos y cada uno de sus jugadores, que —por encima de los años y de las lesiones— volvieron a ser jóvenes por tres días, con las zapatillas puestas y el alma transpirada, enfrentando a conocidos rivales, convertidos en amigos de la misma pasión.
Para los organizadores —Rafael “Pocho” Orquera, Hugo Fernando “Perro” Pérez, Walter “Perro” Ferreyra, Dante Alanís— y para Osvaldo “Beba” Camacho, el trampolín para este evento, seguramente queda la satisfacción de haber ofrecido algo más que un excelente torneo: ofrecieron memoria, risa, emoción y futuro.

Reflexión final

Viejo es el que se acuesta sin esperanzas y se levanta sin sueños.
Y en esos tres días, todos demostraron que sus sueños están más vivos que siempre, y se hicieron realidad… por tres días.