Una información de estos kilates, conlleva una carga para quien esto escribe muy delicada que la desmenuza la ciencia, ya que la misma, según estos estudios, la respuesta es muy clara: la herencia genética materna juega un papel crucial en la transmisión de la inteligencia, aunque no es el único factor. El contexto en el que se cría un niño, los estímulos que recibe y los lazos afectivos que lo rodean terminan de definir su potencial intelectual futuro.
En definitiva, la inteligencia es un mosaico de herencia, afecto y oportunidades. Y aunque la madre parece llevar la delantera en el plano genético, es toda la comunidad la que construye la inteligencia de cada nueva generación.
Ahora bien, partiendo de la premisa que la inteligencia se define como la capacidad general de razonar, planificar, resolver problemas, pensar de manera abstracta, comprender ideas complejas, aprender rápidamente y aprender de la experiencia, parecería no importar si es la madre quien aporta mayor carga genética para formar la inteligencia, dado que al misma se irá definiendo con la sumatoria de lo descripto más arriba: estímulos, afectos y experiencia del aprendizaje.
Aunque con la aparición de la Inteligencia Artificial, todo lo anterior poco importa, ya que, si bien la IA plantea desafíos enormes, la inteligencia humana sigue siendo incomparable por su sensibilidad, creatividad, intuición y ética. La IA puede ser más rápida o precisa en ciertos procesos, pero no tiene conciencia ni contexto emocional.
A pesar de ello las preguntas futuras seguramente serán ¿quién será el más inteligente? ¿el hombre o la máquina?