Los resultados de las elecciones del domingo 11 de mayo en Salta dejaron una estela de análisis, festejos, lamentos y replanteos. Algunos siguen exultantes por la victoria de “sus” candidatos; otros, golpeados por apuestas que no rindieron; están quienes se conforman con el “casi”; y están también los que comienzan a entender que ciertos dinosaurios políticos deberían retirarse con dignidad… aunque ya sabemos que muchos de esos jurásicos no se extinguen: se reciclan.
Pero hubo un caso que rompió el libreto. En La Caldera, sucedió lo impensado.
Daniel Moreno —conocido por su gestión como intendente de Vaqueros— se presentó como candidato a senador. Sin aparato, sin padrinazgos pesados, sin blindaje mediático. Y, sobre todo, enfrentando una campaña sucia, vil, tan grotesca que intentó instalarlo como “narco” o “violador”.
Y sin embargo… ganó.
Ganó no sólo por él, ni por sus amigos. Ganó porque el pueblo vio lo que otros quisieron ocultar: su gestión, su trabajo, su coherencia. Ganó porque en tiempos de humo, eligió transpirar.
Ganó porque apostó al camino largo, y no al atajo inmundo.
Lo que pasó en La Caldera se parece —más de lo que parece— al relato bíblico de David y Goliat (Primer Libro de Samuel, cap. 17).
Goliat era un gigante prepotente, armado hasta los dientes, que todos temían enfrentar.
David, un simple pastor, sin espada ni armadura, fue con una honda y cinco piedras. Bastó una. Le apuntó a la frente y lo derribó.
Los paralelismos son irresistibles:
Goliat: el poder altanero, el aparato electoral, la soberbia de quienes creen que el cargo les pertenece por derecho divino.
David: el que no tiene aparato, pero sí coraje, fe, y calle.
La piedra: lo que subestiman, lo que ningunean… y termina ganando.
La honda: el ingenio. La herramienta del que piensa.
Hoy comienza otra etapa. La etapa en que este nuevo David —que no es joven ni flaco, pero sí curtido en la gestión— debe devolver con hechos la confianza que su pueblo le entregó.
Porque antes peleaba casi solo.
Ahora lo acompaña un pueblo que no solo lo eligió… lo respaldó.
¿Qué honda?
