El caso del concejal Pablo Emanuel López expone al Concejo Deliberante ante una decisión que no admite grises. Porque, como bien sabemos, no existe tal cosa como estar medio embarazada: o se está, o no se está.
La noticia estalló hace pocos días: el joven edil de La Libertad Avanza fue denunciado por una colaboradora directa —militante de su propio espacio— por extorsión sexual, violencia económica, psicológica y física.
Según consta en la denuncia, López le retenía parte de su sueldo (cerca del 40%) y condicionaba el pago a favores sexuales, con frases tan groseras como explícitas: “por cada chupada de pito te descontaba $10.000”.
La asesora, previsora, grabó las conversaciones. Con esas pruebas acudió a la Justicia. El audio se viralizó. El escándalo fue inevitable.
Frente a la exposición pública del caso, López presentó su renuncia el 17 de julio, aunque el Concejo aún no la ha tratado. Paralelamente, fue expulsado de La Libertad Avanza, cuyos referentes —Carlos Zapata y Alfredo Olmedo— dejaron en claro que no amparan hechos de violencia de género. Solo Emilia Orozco, con cautela jurídica, recordó que toda persona es inocente hasta que se demuestre lo contrario.
Sin embargo, en este caso, la evidencia no deja mucho margen de duda.
La investigación está en curso. La Justicia ordenó el secuestro del celular del acusado.
Implicancias
Este episodio no es menor. Reúne todos los elementos de un patrón conocido y peligroso:
Abuso de poder institucional, al usar una relación jerárquica para coaccionar sexualmente.
Violencia encubierta, agravada por la pertenencia política compartida.
Reacción partidaria rápida, aunque empujada por la presión pública.
Más allá del repudio social, el caso golpea de lleno la credibilidad de La Libertad Avanza y plantea un dilema concreto:
¿Qué debe hacer el Concejo Deliberante?
¿Aceptar su renuncia y permitir que reasuma en diciembre —ya que fue reelecto— o rechazarla y avanzar con el juicio político correspondiente?
