La política, a veces, se convierte en un campo minado para los que creen tener todo bajo control. Los aparatos, las encuestas, las estructuras, suelen funcionar… hasta que un día no funcionan más. Hay momentos en que el hartazgo social, el desencanto con los mismos de siempre y la necesidad de alguien que hable claro y camine el barrio, hacen estallar cualquier plan prearmado. Y eso, en Salta, ya pasó. No una vez, sino varias.
Uno de los ejemplos más recordados ocurrió en La Caldera. En tiempos donde el voto en blanco, el voto nulo o el voto "en contra" crecía más que la albahaca en enero, apareció entonces un personaje casi marginal en los cálculos del poder. Un tal Villaseca. Sin más recursos que una parrilla, cuatro chorizos y la confianza de los vecinos, derrotó a todo el aparato político con un cierre de campaña que fue más una asamblea popular que un acto proselitista.
Nadie lo esperaba, pero sucedió. Y lo que se impuso no fue el discurso técnico ni el slogan armado por publicistas, sino la cercanía, la autenticidad y la idea de que “este tipo me entiende”. Y en esa elección ganó el asador, no el operador.
Hoy, en un clima político nuevamente enrarecido por la desilusión, por los discursos vacíos y las promesas recicladas, puede estar gestándose otra sorpresa. ¿Y si el próximo Villaseca se llamara Eduardo Aukapiña?
Periodista de oficio, buen vecino por convicción, Aukapiña no necesita googlear lo que pasa en los barrios ni consultar a asesores para saber de qué se queja la gente. Lo ha contado, lo ha caminado, lo ha vivido. Y eso vale más que mil afiches. No carga con la mochila del poder, carga la angustia del sector más vulnerable, y su imagen se acrecienta con la credibilidad que dan los años de escuchar al otro sin pedir nada a cambio.
Si algo enseña la historia política de Salta es que cuando el pueblo se cansa de ser espectador, se convierte en protagonista. Y en esos momentos, los discursos brillantes no sirven de mucho. Lo que pesa es la mirada honesta, el apretón de manos real, la capacidad de ponerle palabras a lo que muchos sienten pero no saben cómo decir.
Quizás por eso, y aunque a algunos les cueste verlo, se esté gestando en las sombras una nueva posibilidad. Una candidatura que no viene del marketing, sino de la calle. Porque cuando la política se vacía de sentido, la gente busca volver a llenarla. Y ahí es donde nombres como Aukapiña empiezan a sonar. No por lo que prometen, sino por lo que ya hicieron sin tener un cargo.
Y si una parrilla y cuatro chorizos sirvieron para hacer historia, ¿por qué no podría un micrófono honesto cambiar el rumbo de lo que viene?
