Hay fechas que celebran profesiones. Otras, que reivindican derechos laborales. Y después está esta joyita del calendario: el Día del Trabajador de Prensa, cada 25 de marzo. Una efeméride que pasa medio de costado, como quien se esconde atrás del micrófono cuando hay que hacer una pregunta incómoda.
Este día recuerda la sanción del Estatuto del Periodista Profesional en 1944, cuando el periodismo todavía se escribía con tinta, no con hashtags, y la libertad de prensa era un bien que se defendía con pasión... o con una linotipo en huelga. Hoy, en cambio, cualquiera con WiFi y una opinión se autodeclara periodista. Porque sí: todos somos periodistas, igual que todos somos directores técnicos cada vez que juega la Selección.
Y no está mal opinar, claro. Lo gracioso es que después nos sorprende que la información esté tan devaluada como el peso. Porque si todo es periodismo, entonces nada lo es. Si todo es noticia, nada importa. Y si todos somos periodistas, ¿por qué tan pocos defienden la libertad de prensa cuando la quieren callar?
Curioso país: nos indignamos por un penal mal cobrado pero aplaudimos un bozal legal. Nos apasionamos por si Messi juega de "falso 9", pero ni nos enteramos de que un medio fue silenciado por opinar fuerte. Claro, es más cómodo discutir de fútbol: nadie te manda carta documento por decir que Scaloni se equivocó.
Hoy es un buen día para recordar que la prensa libre no se defiende sola. Que hay periodistas que madrugan, investigan, chequean, escriben, se bancan presiones y, a veces, cobran sueldos que no alcanzan ni para una entrada al estadio. Que la libertad de expresión no es solo para gritar en redes sociales, sino para que haya voces distintas, aunque molesten.
Así que sí, celebremos el Día del Trabajador de Prensa. Brindemos con café recalentado en una redacción con goteras. Porque, aunque todos se crean periodistas, hay quienes lo son incluso cuando duele.
